En la Orden de los predicadores, queremos mucho a santa María Magdalena, el apóstol de los apóstoles, la primera persona a ser enviada por el Señor a anunciar su Resurrección. En esta hermosa fiesta, situada en el corazón de este año jubilar que vivimos, y en preparación a la fiesta de santo Domingo que ya viene pronto, les proponemos un pequeño testimonio con sabor dominicano.
En el corazón de este año jubilar, me han sugerido en primer lugar de presentales nuestra grande estatua recientemente renovada de nuestro padre santo Domingo. Reflexionando con otras hermanas, después me han sugerido de compartirles mas bien esta aventura que he vivido en relación con la restauración de esta estatua. He dudado mucho, pero continuando mi reflexión, me he dicho, que no podía guardar en secreto las maravillas de Dios que he vivido en esta experiencia (donde creo reconocer la intercesión de nuestro querido padre Domingo).
Celebramos este año los 800º de la muerte de santo Domingo, pero prefiero utilizar la expresión « de su nacimiento en el cielo » (comprenderán un poco más lejos: él está bien vivo, lo constatarán en las líneas que siguen… He aquí entonces el relato de la restauración de un santo Domingo… ¡quien restaura mucho más!
El verano último, estábamos en pleno corazón de la pandemia del COVID-19. Henos aquí confinadas en el convento durante el tiempo de vacaciones de verano. Entonces, ¿por qué no tener un proyecto de vacaciones? El reto era de talla: yo había notado esta estatua de santo Domingo, que me parecía tener la sarna u otra enfermedad de la piel. (En la Edad Media, ¡no se tenían las medidas de higiene de hoy día!) Él estaba colocado un poco retirado al rincón en el sótano. Como dice una expresión: ¡éra hermoso de lejos, pero lejos de serlo! He osado emprender el reto de restaurarlo diciéndome que en el peor de los casos, si iba mal, no tendría más que volver a pintarlo todo de blanco, volver a colocarlo donde estaba deseando ¡que no se dieran cuenta de nada!
En cuanto estuvo entre mis manos, ha picado mi curiosidad esta estatua de santo Domingo. ¿De dónde viene ella? Siendo la más joven aquí, he recurrido a la memoria de mis hermanas mayores, lo que nos ha conducido al periódico de la comunidad, al 16 de abril 1991: « Las monjas de Berthieville están felices de darnos una grande estatua de santo Domingo; ellas vienen, ellas mismas trayéndola. Y nosotras, estamos orgullosas de acogerla y de colocarla en la sala de comunidad. » Yo me quedo sobre mi apetito por no decir decepcionada. Me hubiera gustado tener más detalles. A pesar de mis preguntas, no tuve éxito para obtener más información. ¡Pero toco a la bella fraternidad de la familia dominicana y a la amistad de nuestras hermanas monjas!
Con el espesor de las capas de pintura, hay que empezar por desnudarla. ¡Sorpresa! Bajo las espesas capas de pintura blanca, se descubre poco a poco, un santo Domingo todo en color. Y más él se revela, descubrimos los finos dorados que bordean su vestimenta dándole toda la gloria de un gran santo (es una estatua de origen español probablemente). ¡Es de ella misma que la estatua se revela!
El decapante, muy eficaz sobre las primeras capas de pintura blanca, se revela totalmente ineficaz para la pintura de color subyacente. Entonces empieza una etapa muy ardua, de largas horas… de largas jornadas… a raspar dulcemente la pintura y a lijar. ¡Las manos y los dedos adoloridos y usados, con una espesa nube de polvo que se deposita por todas partes! ¡ Y las dudas surgen: ¿cuánto tiempo va a tomar eso? ¿Llegaré hasta el final? ¿Seré capaz de ello? El proyecto se revela mucho más largo y arduo que lo que pensaba al principio. Mi paciencia es puesta a prueba de muchas maneras…
Mientras trabajaba, rezo numerosos rosarios… creo que santo Domingo, él, que amaba tanto a la Virgen, me ha atraído en esta larga cadena de oración, mientras trabajaba. Y una pregunta que me habitaba desde el comienzo surgía sin cesar en mi. « Santo Domingo, ¿eres tu verdaderamente mi padre? ¿Eres un verdadero padre para mi? » Es cierto que para cada uno de nosotros, partimos de nuestra vida concreta, de nuestra realidad, para comprender las realidades espirituales. Y la cadena de Ave Marías se ha continuado con, al mismo tiempo, la cadena de mis preguntas. « Pero ¿qué es un verdadero padre? » Como para muchas, mi relación con mi padre terrestre es una relación herida. ¡La pregunta permanece, pero los años me han enseñado que muchas veces, las preguntas son más importantes que las respuestas!
Es con una distancia de casi un año, hoy día, con la relectura que hago ahora que, veo lo que se ha revelado a mi, es mi gran deseo de tomar a santo Domingo por padre, un deseo de vivir una relación filial con él. Y como toda relación, ella se construye poco a poco, al filo de los años y de los acontecimientos, del cotidiano. Y una otra cuestión ha surgido dulcemente con el tiempo. « ¿Soy yo una verdadera hija para ti? Y ¿qué es una verdadera relación filial? »
Durante ese tiempo, el trabajo se ha continuado. Lijar, cubrir con yeso, lijar otra vez y aplicar un sello para consolidar, imprimar, (aplicar) las capas de colores, los matices y finalmente el barnís. ¡He ahí! Alegría del trabajo realizado hasta el final, y alegría de dar la sorpresa a mis hermanas. Instalamos la estatua en el coro de la capilla para la ocasión de la fiesta de santo Domingo. Resulta que subrayamos en esta misma ocasión, el jubileo de diamante de cuatro de nuestras hermanas: Gilberte, Julienne, Madeleine Dubé y María. ¡La admósfera es de fiesta!
Pero de hecho, ¿cómo es que me he lanzado en la restauración de esta grande estatua, mientras que un año atrás, no había nunca de mi vida osado « tocar » una estatua? He aquí el principio de la historia, retrocedamos un poco en el tiempo, de algunos meses, justo antes de la pandemia.
En el invierno 2020, ¡he visto una estatua de la Inmaculada Concepción como nunca había visto! Esta estatua me parecía cualquiera, fea, y tenía más bien piedad de ella. Visto el estado en que estaba, me he dicho que podría quizá tentar de restaurarla mientras me divertía. Me he ofrecido para volver a pintarla, diciéndome que aún con mi falta de experiencia y de confianza, ¡no podría ser peor que lo que es ahora! Esta experiencia ha sido una revelación de la acción de Dios en mi vida, de lo que él hace en nuestras vidas… Les comparto bien sencillamente.
Antes de comenzar el trabajo de reparación de esta estatua, he buscado imágenes modelos para inspirarme en este proyecto, y he aquí que encuentro una gemela idéntica, en una iglesia de la Isla de Orleans, repertoriada en el sitio del Patrimonio cultural de Quebec. Primera sorpresa, ¡no se trata de una estatua cualquiera!
Emprendí entonces el trabajo de despojar, primeramente sorprendida por el espesor de las viejas capas de pintura, descubro y me maravillo más y más de su belleza primera. ¡Estoy verdaderamente emocionada! ¡Ella es verdaderamente bella y lejos de ser cualquiera! Hemos cantado en las vísperas ese día: « Trinidad increada […] salva el pecador que soy, en quien permanece la belleza primera de tu obra [Segunda oda del Gran Canon de san Andrés de Creta] ».
El trabajo de despojarla la pone al desnudo, también veo mejor sus heridas y cortes. Puedo entonces, ahora que ella está limpia, emprender de reparar con yeso las partes que faltan y las dañadas. Luego, lijar un poco las irregularidades.
He ahí, reparada, en su belleza primera. Puedo emprender luego, de volver a pintarla. Esta pintura debe ser delicada y con el fin de poner en valor esta belleza ya existente. Poner en valor sus formas, acentuarlas con la ayuda de matices de la pintura.
Si no se mira más que el objeto, parece un proceso bien banal. Pero es una revelación, me parece, de lo que vivo en lo más profundo de mi ser. Esta estatua me ha revelado, me ha hecho vivir una profunda experiencia espiritual. ¡Lo que he vivido con ella, es lo que Dios vive conmigo!
Todos estamos heridos y acumulamos capas de pintura, fingiendo de ser lo que no somos. Y nos desfiguramos. Y Dios, con mucha más habilidad y delicadeza, en el curso de los acontecimientos, nos decapa, sobre todo de nosotras mismas. Él nos despoja hasta de la convicción profunda de lo que somos. Cuando nos mantenemos delante de él en verdad, sin máscara, él puede entonces « repararnos » con su gracia. Con el yeso de su misericordia, cura nuestras heridas. Y podemos entonces descubrir y creer en nuestra belleza primera, y abandonarnos bajo sus pinceles, para dejarlo rehacer su creación. Es un salto en el abandono para dejarlo hacer su obra, sin saber lo que será, pero seguros del talento de este divino artista.
Esta aventura con esta estatua me ha hecho meditar, profundizar, integrar esta realidad espiritual, y comulgar a la mirada benévola de Dios sobre mi, sobre cada uno de nosotros y que ve la obra de arte que él está haciendo según su voluntad divina. Proceso que se continúa a lo largo de nuestra vida. Es lo que él quiere hacer con cada uno de nosotros, restaurarnos en toda la belleza de nuestro ser, según su plan de amor sobre nosotros.
San Ireneo de Lyon dice: « Si tu eres la obra de Dios, espera pacientemente la Mano de tu Artista, que hace todas las cosas en tiempo oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil, y guarda la forma que te ha dado este Artista; endureciéndote, tu rechazarás la huella de sus dedos. Guardando esta conformación, tu subirás a la perfección, pues por el arte de Dios va a ser escondida la arcilla que está en tí. Su Mano ha creado tu sustancia; ella te revestirá de oro puro dentro y fuera, y ella te adornará de manera que el Rey él mismo se enamorará de tu belleza. Pero si, endureciéndote, tu rechazas su arte y te muestras descontento porque te ha hecho hombre, del hecho de tu ingratitud hacia Dios tu has rechazado todo junto y su arte y la vida: pues hacer es lo propio de la bondad de Dios y ser hecho es lo propio de la naturaleza del hombre. Si entonces tu le entregas lo que es de ti, es decir la fe en él y la sumisión, recibirás el beneficio de su arte y tu serás la perfecta obra de Dios. (Ireneo adv. Herejías, libro 4, capítulo 39, párrafo 2) ». Dejémoslo hacer bajo sus manos, no resistamos más.
Es entonces enriquecida por esta primera experiencia, que algunos meses más tarde, he podido osar lanzarme en el proyecto de restauración de la grande estatua de santo Domingo. Después, en la primavera última, hemos tenido la gracia de vivir nuestro retiro comunitario predicado por nuestra hermana Catherine Aubin, o.p. de la Congregación Romana de Santo Domingo con las nueve maneras de orar de santo Domingo. ¡Qué gracia! En las nueve maneras de orar, he descubierto en Domingo un verdadero maestro de vida interior… y hoy día, escribiendo estas líneas, veo cómo ha sido y es, sí, un maestro de vida interior, pero también un padre pedagogo y formador.
Es como si estas dos estatuas me habían hablado y revelado el proceso de nacimiento a sí mismo, de ponerse de pie que Dios hace por cada uno de nosotros. ¡Ciertamente, estas estatuas no han hablado de viva voz! Pero, ellas me han hablado del interior. Ellas me han revelado de manera pictórica lo que vivía en el fondo de mi. Es al escribirlo estas líneas que tomo conciencia del lazo de fondo de estas estatuas que hablan… ya en esta experiencia con la estatua de la Inmaculada Concepción, Domingo, como padre y como formador, formaba su hija y le enseñaba concretamente el camino del nacimiento a sí misma, él el maestro de vida interior. Seamos entonces a la escucha de lo que este Dios quiere decirnos en nuestro cotidiano. Se trata de tender la oreja, de ser paciente, y de dejarse moldear el corazón poco a poco.
¡Que santo Domingo se revele a ustedes y que les atraiga en su amor ardiente por Cristo, su madre, y las almas, y que les atraiga en este tan bello proceso del nacimiento a ustedes mismos, nacimiento a quienes ustedes son profundamente! En su oración, Domingo nos invita a entrar en la verdad de nuestro ser profundo, en nosotros mismos y frente a Dios. Su cuerpo habla de la disposición de su corazón, que nos atrae en un movimiento de humildad delante de Dios y de confianza en él, en la verdad de quien nosotros somos: pobres pecadores. Pero es un movimiento que nos levanta, que nos pone de pie en nuestra dignidad de hijos de Dios, que nos hace atentos, a la escucha, disponibles, resucitados, y en marcha.
Y sin que sea premeditado, las inspiraciones y circunstancias nos han dado este hermoso Domingo justo a tiempo para celebrar el 800º aniversario de su nacimiento en el cielo. ¡Que todos y todas, él nos atraiga sobre el camino del nacimiento a nosotros mismos, a nuestra identidad profunda verdadera, camino hacia nuestro nacimiento en el cielo en su seguimiento en la gloria de Dios!