Estudiando la Palabra de Dios (la oración de intimidad)

6 de agosto– Día 8 

 

Nuestro padre santo Domingo tenía todavía otra manera de orar, toda llena de belleza, de devoción y de encanto. Él se entregaba a ella después de las horas canoniales y después de la acción de gracias común que siguen a las comidas.

Este buen padre, admirable de sobriedad y desbordante del espíritu de devoción, que había sacado de las divinas palabras que se cantaban en el coro o en el refectorio, se iba bien rápido a un lugar solitario, en la célula o en otra parte, para leer y orar, recogido en sí mismo y fijado en Dios.

Tranquilamente se sentaba, y después de haber hecho el signo de la cruz, leía en algún libro abierto delante de él : su alma probaba una dulce emoción, como si él hubiera escuchado al Señor dirigirle él mismo la palabra… (…) parecía no poder ya contener sus palabras y su pensamiento, ya escuchar sosegadamente, discutir y luchar. Se le veía reir y llorar por turno, mirar fijamente y bajar los ojos, y hablarse bajo y golpearse el pecho. (…)

Y mientras que él leía así en su soledad, veneraba su libro; e inclinándose sobre él, lo besaba con amor, sobre todo cuando era el libro de los Evangelios, y que él leía las palabras que Jesucristo había dignado pronunciar con su boca.

Con Domingo que se sentaba para leer y orar, te imploramos, Señor: que al ritmo de las liturgias, los consagrados del mundo entero acojan de manera renovada tu Palabra vivificante y se dejen convertir por ella a fin de que el mundo crea.

Que todos tus hijos se dejen tocar por la Palabra de Dios, se conmuevan, se dejen impregnar de tu Palabra, que la gusten, la ruminen, descubran la riqueza. Que todos escuchen las Palabras de amor de Dios por cada uno, para creer en ella de verdad, para poder a su turno anunciar tu amor a sus hermanos y hermanas.

Oración del Jubileo

Dies Natalis Sancti Dominici

 

Oh Dios, nuestro Creador, Redentor y Paráclito, unidos en oración, te presentamos nuestra alabanza, nuestra bendición y nuestra predicación.

Hace ochocientos años, llamaste a santo Domingo a entrar en la vida eterna y a reunirse contigo en la mesa del cielo.

En la celebración de este Jubileo, aliméntanos y llénanos de tu gracia para que podamos realizar nuestra misión de predicar el Evangelio para la salvación de las almas.

Ayúdanos a nutrir a tu pueblo con tu Verdad, tu Misericordia y tu Amor, hasta aquel día prometido en que nos reunirás a todos, junto a los bienaventurados.

Te lo pedimos como Familia Dominicana, por la intercesión de María, en el nombre de Jesús. Amén.