De pie delante del altar (la oración de las manos)
3 de agosto – Día 5
Cuando estaba en el convento, el santo padre Domingo se mantenía también a veces de pie delante del altar, bien derecho con todo su cuerpo sobre los pies, sin sostenerse o apoyarse en ninguna parte, las manos extendidas delante del pecho a la manera de un libro abierto. Así se comportaba él en la manera de mantenerse de pie con gran respeto y devoción, como si hubiera hecho su lectura en la presencia visible de Dios. Entonces zambullido en oración, se le veía meditar la palabra de Dios, y como diciéndola a él mismo con suavidad. (…)
Ya juntaba las manos y las tenía fuertemente unidas delante de sus ojos concentrándose sobre él mismo; ya las elevaba a la altura de las espaldas, como el sacerdote tiene costumbre de hacerlo cuando celebra la santa misa. Parecía querer tender la oreja para escuchar mejor alguna palabra que se le habría dicho desde el altar. (…)
Testigos de este ejemplo, los hermanos estaban muy impresionados en presencia de su padre y de su maestro; y, siendo más fervientes, se encontraban maravillosamente arrastrados a una oración admirable de piedad y de constancia.
Con Domingo que se mantenía cerca del altar, las manos abierta como un libro delante de su pecho, te imploramos, Señor : que tu Palabra ayude a los cristianos a guardar su corazón abierto para amar y servir como tu Hijo en la tarde de la Cena. Danos de meditar tu Palabra, de dejarnos tocar el corazón por tu Palabra, siempre viva, de impregnarnos de ella, para vivirla.
Es tu deseo el más querido oh Dios, que estemos de pie, en nuestra dignidad de hijo de Dios, y nunca más como esclavo de pecado y de nuestras inclinaciones malas. Tu Palabra nos pone de pie. Te dejamos decirnos cuanto nos amas. Con las manos abierta, danos la gracia de acogerla profundamente, que actúe en noosotros, que ella nos transforme. Que en lo más profundo de nosotros, podamos hacer silencio, escuchar, escuchar tu voz, y dialogar contigo. Queremos escuchar tu llamada.
Oración del Jubileo
Oh Dios, nuestro Creador, Redentor y Paráclito, unidos en oración, te presentamos nuestra alabanza, nuestra bendición y nuestra predicación.
Hace ochocientos años, llamaste a santo Domingo a entrar en la vida eterna y a reunirse contigo en la mesa del cielo.
En la celebración de este Jubileo, aliméntanos y llénanos de tu gracia para que podamos realizar nuestra misión de predicar el Evangelio para la salvación de las almas.
Ayúdanos a nutrir a tu pueblo con tu Verdad, tu Misericordia y tu Amor, hasta aquel día prometido en que nos reunirás a todos, junto a los bienaventurados.
Te lo pedimos como Familia Dominicana, por la intercesión de María, en el nombre de Jesús. Amén.