Nuestra fundadora

Madre Juliana del Rosario

Quien es Madre Juliana?

Julienne Dallaire nace en la parroquia Notre-Dame-de-Jacques-Cartier, en Quebec (Canada), el 23 de mayo 1911. Es bautizada el 25 de mayo, día de la Asunción. En su primera cominión experimenta la presencia de Jesús en la Eucaristía. A los doce años, meditando el avangelio de la Samaritana, delante del Santo Sacramento, comprende que el don de Dios es Jesús en la Eucaristía y que él la llama a ser misionera, a buscar con Jesús adoradores del Padre. Teniendo en su corazón el deseo de ser religiosa, ella entra en comunidad en tres ocasiones, y sale, por falta de salud.

El Juaves santo de 1942, capta el amor inmenso con que Nuestro Señor se da a nosotros en la Eucaristía y su deseo de que vivamos de su amor. Se confía al canónigo Cyrille Labrecque, quien discierne en su dirigida, el llamado divino a fundar una nueva Congregación. El 30 de abril 1945 nacen Las Dominicas Misioneras Adoratrices. Madre Juliana del Rosario sin cesar comunica a todos el fuego eucarístico que la anima.

Después de cincuenta años de don de ella misma a sus hijas y a todas las personas que la frecuentan, ella muere el 6 de enero 1995, día de la Epifanía, consumida por el deseo de guiar hacia el Señor de la Eucaristía los magos de hoy.

Recordémonos aquí las palabras que ella ha pronunciado algunos años antes: «Mi vida se termina, pero es solamente aparente; mi misión va a comenzar, mi misión de buscar adoradores… Espero derramar el fuego del Amor eucarístico en el mundo.»

Su Causa de beatificación y de canonización está abierta en Roma, en la Congregación de las Causas de los Santos.

Una biografía está disponible en el volúmen Mujer de luz y de fuego (139 páginas) disponible en las Ediciones del Cenáculo.

Pequeña biografía en vídeo

Biografía

Contexto histórico

El barrio San Roque a principios del siglo XX

San Roque es un barrio industrial de Québec. Al final del siglo XIX, diversas industrias se desarrollan allí. Una cierta aristocracia comerciante habita este lugar de densa población, pero la gran mayoría de los residentes pertenecen a la clase obrera.

En el centro del barrio se levanta la iglesia San Roque, primera parroquia desprendida de la parroquia matriz de la diócesis, Nuestra Señora de Québec. Al este de esta iglesia se levanta otro lugar de culto construido en 1851 y que es erigido canónicamente en parroquia el 25 de setiembre de 1901, Nuestra Señora de Jacques-Cartier.

 

Un lugar de cristiandad

En este principio del siglo XX, la vida de fe de los habitantes de este lugar, está marcada por el catolicismo quebequense de la época donde la parroquia ocupa un lugar preponderante. La influencia de la Iglesia católica está en su apogeo. La jerarquia y las instituciones religiosas, de las cuales muchas congregaciones de enseñanza, juegan un rol de primer orden en la vida de la mayoría de los católicos; es particularmente el caso en el barrio San Roque.


Importancia del culto eucarístico

Un importante culto eucarístico marca el cristianismo quebequense y se expresa a través de diversas manifestaciones como las « Cuarentas Horas », las procesiones del Corpus Christi y de la fiesta del Sagrado Corazón, etc. Estas dos grandes iniciativas del santo papa Pio X pueden explicar por una parte la actitud de los cristianos hacia el sacramento de la Eucaristía: primeramente el decreto Sacra Tridentina del 20 de diciembre 1905 donde el Santo Padre invita a los cristianos a la comunión frecuente, y el decreto Quam singulari del 8 de agosto 1910, que otorga a los niños habiendo alcanzado la edad de la razón de hacer su primera comunión.

Una familia recibe en su seno una niña predestinada

Es en este medio preciso que Dios suscita a esta mística de la eucaristía, Juliana Dallaire. Ella nace en el segundo piso de un pequeño apartamento de la calle Los Comisarios en la parroquia Nuestra Señora de Jacques-Cartier el 23 de mayo de 1911 y es bautizada en la iglesia parroquial el 25 de mayo siguiente, en la fiesta de la Ascensión.

El padre de Juliana, Gaudiose Dallaire, y su madre, Alexina Faucher, tienen ya un hijo, y mas tarde, nueve otros niños — dos fallecidos en tierna edad — enriquecerán el hogar. Juliana proviene de un medio humilde y trabajador. El papá es primero cigarier … luego empleado en el hotel de la ciudad de Québec como jardinero, y finalmente como guardián de noche. En 1921, después de algunos desplazamientos de Jacques-Cartier a San Roque, la familia se instala definitivamente en esta última parroquia; Juliana tiene alrededor de 10 años.

Los padres son fervientes cristianos. El padre, un hombre de caracter contemplativo, gran ferviente de la Eucaristía cotidiana y hombre de deber, tendrá una influencia profunda en el alma de su hija mayor. La madre, por su parte, es una mujer acogedora, de una caridad desbordante particularmente hacia los pobres. Todo el vecindario es el bienvenido en la casa. Las múltiples ocupaciones de su propio hogar no le impiden de volar sin dudar a socorrer aquellos que están necesitados. Ella se entrega igualmente en las diversas actividades caritativas de la parroquia. La vida en la familia Dallaire es laboriosa, sencilla y alegre y se vive en la fidelidad a los valores cristianos.

Juliana en el seno de su familia y en su medio

En su familia, Juliana será siempre la colaboradora de sus padres al lado de sus hermanos y hermanas, comportándose como su « segunda mamá », aquella que se ocupa de cada uno, pero también, aquella a quien uno recurre simplemente par pedir consejo, hacer confidencias o recomendar intenciones de oración. Por experiencia, la familia sabe que la oración de Juliana tiene una eficacia bien particular.

Más tarde, entre sus intentos de vida religiosa de la cual será cuestión mas lejos, Juliana, muy hábil costurera, se entregará a esta ocupación, vistiendo a los miembros de la familia, pero trabajando también para otras personas a fin de ayudar financieramente a sus padres. ¡Cuántas personas pobres serán las beneficiarias de su generosidad! Como su madre, ella se entregará ella también a las actividades caritativas de la parroquia.

Un misterio la habita

Por lo tanto, a través de todos sus contactos con la gente, Juliana ejerce ya una misteriosa irradiación atrayendo tanto por su sencillez y su caridad que por aquella cosa no definida que emana de su persona y que fascina.

Es que esta joven muchacha es portadora de un misterio, aquel de una experiencia singular de Jesús, especialmente en su Eucaristía. Esta experiencia se profundizará, introduciendo progresivamente a Juliana en una comprensión renovada del misterio eucarístico y conduciéndola poco a poco a descubrir la misión especial a la cual Dios la prepara. Así, a través de los rodeos de un largo caminar cubierto de pruebas, Juliana comprenderá que Dios la destina a fundar una nueva congregación religiosa en la Iglesia: las Dominicas Misioneras Adoratrices de la cual ella será la madre, llevando el nombre providencial de Juliana del Rosario.

Es entonces tiempo de acercarnos más del misterio que habita a Juliana y de descubrir allí las etapas que la conducirán a su futura vocación de fundadora. Sigamos la lectura que ella misma hace de su caminar.

 

Un primer descubrimiento: el misterio de la Ascensión

El primer recuerdo relatado por Juliana nos lleva a su tierna infancia, a la edad de cuatro años. Ella está sentada sobre las rodillas de su madre que le habla del misterio de la Ascensión, evocando la fiesta litúrgica del día cuando la niña fue bautizada. En su imaginación, Juliana se ve subir al cielo, acurrucada en los brazos de Jesús. Desde ya ella descubre que el bautismo abre la puerta del cielo y que es en Jesús que se realiza nuestra ascensión hacia la Vida eterna. La certeza le es dada de ir un día al cielo.

Primera comunión y descubrimiento de la presencia de Jesús en la Eucaristía

Desde ya seducida por Jesús, Juliana experimenta de una manera sensible su presencia eucarística el día de su primera comunión, el 25 de diciembre 1916. Ella tiene cinco años y medio. A partir de ese momento, la Presencia real llega a ser la atracción dominante de su vida interior, conduciéndola a querer encontrar sin cesar a su Señor en el tabernáculo de la iglesia parroquial.

 

Descubrimiento de la Palabra de Dios y experiencia del encuentro de Jesús con la Samaritana

Bien joven, Juliana hace igualmente el descubrimiento de la Palabra de Dios. Ella comienza a estudiar el Evangelio, sobre todo en presencia del Señor en el Santísimo, viviendo allí lo que acaba de aprender.

Ella lee el Evangelio del día con atención. Cuando recibe a Jesús en la comunión, ella lo recibe siempre en relación con el Evangelio diciendo que era la manera por la cual el Señor se daba a ella ese día.

Es estudiando el Evangelio que Juliana hace la experiencia bien especial de Jesús, experiencia que marcará toda su vida. A los doce años, cuando medita el texto de la Samaritana delante del Santísimo, ella es seducida por Cristo en el pozo de Jacob y le interroga sobre el don de Dios. Lo que llama su atención sobre todo, es la palabra de Nuestro Señor: « Si conocieras el don de Dios » (cf. Jn 4, 10). Esta palabra resuena en su espíritu, en su corazón. Ella busca a captar lo que el Señor quería hacer comprender a la Samaritana. Juliana pide a Jesús de decirle lo que es este don que hay que conocer. Y ella comprende que es Jesús en la Eucaristía que es el don de Dios.

 

El Padre busca adoradores

Entre 12 y 17 años, una otra palabra de Jesús a la Samaritana la trabaja : « Mi Padre busca adoradores (cf. Jn 4,23) ». Ella tiene la impresión de perforar poco a poco el Corazón de Cristo y de descubrir su deseo de dar adoradores al Padre. Y ella siente que tiene que ayudarlo a encontrarlos.

Al mismo tiempo, llega a comprender que si Jesús dice: « la hora ha llegado », es que es él, el Hijo de Dios encarnado, « que es el solo adorador del Padre y que somos adoradores en él y por él; que el primer latido de su Corazón, su primer soplo de vida fue, no su primer acto de adoración, pero el comienzo de una adoración que no debía terminar jamás ». « Nuestras pobres adoraciones –dirá ella- deben perderse en el océano de amor del Corazón de Jesús y subir hacia Dios transformadas en la suya, y que por la Eucaristía, quiere él asociarnos a su vida de adoración y de amor ».

Progresivamente, toma conciencia que la misa es el verdadero sacrificio de adoración que Jesús ofrece a su Padre.

A través de este caminar, Juliana percibe mejor más y más la llamada a una vocación misionera eucarística, vocación que ella ve realizarse en la vida religiosa.

Caminos desconcertantes

Un doloroso caminar para responder a la llamada de Dios

Para responder a esta llamada, Juliana entra a los 17 años en las Franciscanas Misioneras de María, congregación misionera a la vez que adoratriz. Pero su salud se deteriora y, después de un cierto tiempo, los superiores le piden de dejar.

A los 21 años, hace una experiencia de vida religiosa con las Hermanas Siervas del Santo Corazón de María, pero comprende bastante rápido que no está apta a la vida de enseñanza.

Los años pasan y sus diligencias con otras congregaciones se muestran no fructuosas por razón de su falta de salud.

A los 29 ans, Juliana, con su hermana Yvette, es acogida en las Dominicas del Niño Jesús (hoy, las Dominicas de la Trinidad). Acogida providencial, pues es en esta comunidad que encuentra a santo Domingo y reconoce en él « su » padre que le pide hijas que serán a la vez dominicas, misioneras y adoratrices.

Pero nueva prueba de salud; las autoridades de la Congregación significan a Juliana que ella debe regresar con su familia. El 2 de noviembre 1940, destrozada de dolor, deja esta comunidad dominica donde era ya tan feliz. Sumergida en las espesas tinieblas, Juliana sacrifica su deseo el más profundo, diciendo a Dios: « Le sacrifico mis aspiraciones las más queridas […] Voy a vivir en el mundo puesto que eso parece ser su voluntad sobre mí. Trataré de santificarme allí lo mejor ». Ella continúa sin embargo, y con no menos intensidad, su vida de oración. En cuanto su salud se mejora suficientemente, retoma su labor como costurera así como su dedicación abnegada hacia los pobres.

El descubrimiento de una voluntad del Señor

Un nuevo director espiritual

Enseguida, una religiosa de la congregación de las Dominicas del Niño Jesús, Madre Magdalena de Pazzi, habiendo discernido en Juliana una vida espiritual particularmente intensa y fuera de lo común, le propone de encontrar un nuevo director espiritual. Le sugiere de dirigirse al canónigo Cirilo Labrecque, terciario dominicano y teólogo espiritual experimentado.

Juliana encuentra al Canónigo por primera vez el 26 de enero 1941. Poco a poco, ella se compromete con él en un camino de confianza para discernir la voluntad de Dios sobre ella. Sin saberlo, Juliana viene de encontrar aquel que la Providencia destina a llegar a ser no solamente su padre espiritual, pero también su colaborador escogido por Dios para ayudarla en la fundación de un nuevo instituto religioso.

Se abre así para Juliana la etapa la más importante de su vida, un período de purificaciones profundas, pero también un tiempo donde ella recibe luces decisivas para ella misma y para la obra que le será confiada.

Experiencias espirituales intensas y luminosas

El Jueves santo, 2 de abril 1942, Juliana hace la experiencia del misterio de la última Cena, cumbre de la vida del Señor, expresión suprema de su amor, de su don de él mismo. Hasta allí, por el evangelio de la Samaritana, había comprendido que Jesús en la Eucaristía era el don de Dios. En este Jueves santo, comprende con qué inmenso amor Jesús se da en la Eucaristía. Instituyendo esa tarde su Sacramento de amor, se crea él, por decirlo así, una nueva vida, una vida sacramental.

Ella comprende entonces que « si se honra de una manera particular este acto de amor, Nuestro Señor nos introducirá en su Corazón para hacernos vivir de su vida ».

En esta ocasión y en otras experiencias, Juliana descubre que es su Corazón que el Señor pone así a nuestra disposición en la Hostia. El nos da su Corazón para que amemos como él y por él, para que en él glorifiquemos al Padre y toda la Trinidad y para que con él, nos ofrezcamos por la vida del mundo.

A partir de estas comprensiones, se produce en Juliana una necesidad intensa de hacer conocer a Jesús en su acto de amor de la Cena.

Juliana comprende igualmente que el Corazón de Cristo que se da en la Eucaristia donde está presente contiene el amor del Padre, del Hijo y del Espiritu y que la Eucaristia, es Cristo en todos sus misterios: Encarnación, Redención. Ella sabe que el objetivo de Nuestro Señor sobre la tierra, en su Eucaristia, es de hacernos vivir de su vida interior, a fin que por él sea glorificada la Santa Trinidad.

Los meses siguientes, las luces abundan en Juliana, tanto al nivel de su comprensión del sacrificio de la misa, en la cual estamos llamados a ofrecernos con Jesús, como del rol de la Virgen María, misteriosamente presente en el altar como mediadora cerca de Dios.

Fundadora de una nueva comunidad

Durante que Juliana penetra más y más en este misterio del inmenso amor del Corazón de Jesús dándose en la Eucaristía, recibe signos siempre más claros de una voluntad del Señor sobre ella. Dios parece querer confiarle la fundación de una nueva comunidad, las Dominicas Misioneras Adoratrices, cuya misión sería de vivir esta espiritualidad y de ser los apóstoles.

Para Juliana y para su director, la evidencia se impone. Una memoria es presentada por el canónigo Cyrille Labrecque al cardenal Jean-Marie-Rodrigue Villeneuve, o.m.i., arzobispo de Québec. Este último recibe a Juliana a quien interroga; él vé entonces claramente que este proyecto viene verdaderamente de Dios.

Es así que el 30 de abril de 1945 – en ese entonces fiesta de santa Catalina de Siena -, con el Señor Canónigo y tres compañeras, Juliana se ofrece por el reino del Corazón Eucarístico de Jesús. El cardenal Villeneuve bendice al grupo fundador y le dice: « Es una gran obra que se funda hoy. Ella es querida de Dios y ella vivirá”.

El Instituto naciente se instala en Beauport, en la periferia de Québec y toma el nombre de Sociedad del Corazón Eucarístico. La nueva fundación será erigida canónicamente el 7 de octubre 1948, bajo el nombre de Dominicas Misioneras Adoratrices. En esta ocasión, Juliana – desde entonces Madre Juliana del Rosario – y su primera compañera, Colette Brousseau, pronuncian sus votos perpetuos.

Desde la fondación hasta sus últimos años

Profundamente « madre » para sus hijas, la fundadora favorece el crecimiento de los dones y los carismas en la una y en la otra, acogiendo con entusiasmo los descubrimientos espirituales y las iniciativas de cada una. En el gobierno de la Congregación, sus colaboradoras tienen toda su confianza.

Ella visita las hermanas en todos sus medios de vida, ya sea en el país, ya sea en el extranjero, prodigándoles su aliento y sus consejos judiciosos. Ella da mucha atención a las personas de esos lugares considerándolas como su « amplia familia ».

Aunque lo esencial de la espiritualidad le haya sido dada entre 1942 y 1945, Madre Juliana del Rosario descubre progresivamente aspectos nuevos para encarnarlo siempre más profundamente en su vida. Ella les entrena a ello no solamente a sus hijas, pero también a un número siempre más creciente de personas al exterior de la comunidad.

Durante cerca de cincuenta años, Madre Juliana del Rosario dirige con discernimiento, audacia, y valentía los destinos de las Dominicas Misioneras Adoratrices. Ella es fielmente secundada por su compañera de los comienzos, Madre Colette Brousseau, así como por las generaciones de mujeres que, a lo largo de los años, vendrán unirse a ella.

Lo que impresiona particularmente en Madre Juliana, es su intenso amor de Cristo así como la riqueza y la profundidad de la enseñanza que da a lo largo de los años. Por sus conferencias constantes, hace comulgar a sus hijas al misterio cristiano bajo diversos aspectos, y muy especialmente, al misterio eucarístico, « don de Dios » brotando sin cesar del Corazón de Cristo.

Su enseñanza, Madre Juliana lo saca de su propia vida, de su experiencia espiritual y de las luces que ha recibido; pero sobre todo de su alimentación constante de la Palabra de Dios en los textos de la liturgia del día y siempre en fidelidad al pensamiento de la Iglesia.

En sus coloquios, Madre Juliana traza los caminos de santificación, simples, pero exigentes. Busca a entrenar suavemente las personas a responder al “Amor que se dá” por el don de sí en el amor según la manera de Jesús, cueste lo que cueste.

¿Quiere ella captar cómo se puede adorar en espiritu y en verdad? Ella insiste sobre la importancia de entrar en los sentimientos de Cristo y de hacer de nuestra vida, como lo ha hecho él mismo, una búsqueda amorosa y activa de la Voluntad de Dios.

Es además lo que Madre Juliana hará ella misma, día tras día y año tras año, a lo largo de su vida. En efecto, ella está habitada por una sed profunda de responder al pedido del Corazón Eucarístico de Jesús de honrar su acto de amor del Jueves santo; como él, ella quiere amar y darse infinitamente, hasta el extremo (Jn 13, 1).

Madre Juliana ofrece ocasionalmente conferencias a los laicos algunos de ellos haciendo parte de grupos que se reunen regularmente en el Cenáculo del Corazón Eucarístico de Beauport.

Los sacerdotes también aprovechan de su enseñanza. En el corazón de su vida de oración y de sacrificio, Madre Juliana les lleva de una manera especial, invitando a sus hijas de hacer lo mismo. Les recuerda a menudo que el Sacerdocio ha brotado del Corazón de Cristo el Jueves santo al mismo tiempo que la Eucaristía; para ella, es un todo.

Ardiente apóstol del Corazón Eucarístico

Madre Juliana está ardiendo del gran deseo de dar el Corazón de Cristo a todas las personas que se acercan a ella, y aún más allá. Desde el comienzo de la fundación, ella reserva todos sus domingos en la tarde a la acogida de las personas – muy numerosas, que quieren encontrarla para pedirle consejo, pero sobre todo para confiarse a su intercesión cerca del Señor.

A veces Madre Juliana interpela dulcemente a las personas : « Ustedes me piden de rezar. Y ¿ustedes, rezan? ¿Participan a la misa dominical? » Cuando la respuesta manifiesta un cierto alejamiento, ella agrega delicadamente y con mucha ternura : « ¿Saben ustedes de qué se privan? »

Ultima etapa de su vida

A partir de septiembre 1991 hasta su muerte a principios de 1995, Madre Juliana entra en una etapa de enfermedad y de purificación profundas. Su más querido deseo, expresado a menudo, es de morir en un acto de amor perfecto. Y el Señor se encargará de prepararla a ello con misteriosos despojamientos.

Algunos años antes del fín, ella dice : « Mi vida, la he querido una misa, la he alimentado de una misa cotidiana. Entreveo mi muerte como una última misa que se eternizará en “¡Amor y gloria a la Trinidad por el Corazón Eucarístico de Jesús!” ¡Es mi vida! » Estas palabras, cargadas de sentido, resumen bien su vida.

Sin embargo, aún en esta etapa dolorosa, ella está siempre feliz de tomar tiempo con sus hijas y con las personas que vienen a visitarla, transmitiendo algo del amor que la consume: su corazón arde siempre de un fuego apostólico ardiente. En 1993, confiaba: « Mi vida se termina, pero no es más que aparente; mi misión va a comenzar, mi misión de buscar adoradores. Espero derramar el fuego del Amor eucarístico en el mundo, extender la devoción al Corazón Eucarístico con mis hijas, en todas partes donde estarán ellas, hacer amar a Nuestro Señor en su sacramento de amor ».

El 3 de enero 1995, unos días antes de su fallecimiento, ella comparte estas palabras con una hermana: « Es bastante gracioso lo que vivo este año a propósito de los Magos: es como si les viera venir, es como si los guiara, como si les ayudara a caminar en la linea recta hacia la cuna de Jesús. La estrella de la fe se despierta en ellos. Van a seguirla y reconocer Jesús, adorarlo, ofrecerle presentes. » Hasta su último soplo, Madre Juliana quiere guiar las personas hacia Jesús, hacia su Corazón Eucarístico.

La última ofrenda

En la fiesta de la Epifanía, el 6 de enero, temprano en la mañana, ella entra en agonía. En el curso de la mañana, rodeada de sus hijas y de algunas otras personas, entre ellos el capellán y los miembros de su familia natural, ella vive en su habitación la celebración de una última misa. Una hora más tarde, será efectivamente su último acto de amor, ofrecido a Dios en un despojamiento total. Ella termina así la misa de su vida para despertarse, tenemos la íntima convicción, en la Ofrenda eterna del Hijo al Padre.

Los funerales

Es en la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora en el distrito de Beauport, Québec, que se realiza los funerales de aquella que miles de personas han venido saludar una última vez durante tres días donde fue expuesta.

La celebración está presidida por el arzobispo de Québec, Mons. Maurice Couture, r.s.v., rodeado de un centenar de sacerdotes. La amplia nave de la iglesia está llena a pesar del frio siberiano que reina al exterior.

La homilía, pronunciada por un gran amigo de Madre Juliana, el Padre Jean-Marie Côté, C.Ss.R., se termina con estas palabras que resumen bien algo del misterio de esta « Mujer de luz y de fuego »:

« Juliana del Rosario: una mezcla de fragilidad y de fuerza, de pequeñez y de grandeza, de sencillez y de audacia, de intuición y de reflexión, de frescura y de profundidad, de delicadeza y de intensidad, de seriedad y de sonrisa, de escucha y de palabra, de oración y de acción, de vivo deseo de verdad y de compasión; y de ojos penetrantes, inolvidables, brillando de una luz venida de otra parte. Juliana del Rosario : completamente con nosotros y toda tendida hacia el Padre, hacia el Hijo y el Espiritu Santo. »

Para mirar la homilía del video funerario

Nota : Las ilustraciones de esta página, de Virginia Parent, son sacadas del libro Tengo secretos para contarte en Ediciones del Cenáculo.