Hermana Normande Carrier

Aspiración a la felicidad… sentido a la vida

Ser feliz, amar y ser amada es bien aquello a lo cual toda persona aspira. Así, fue para mí. Aun joven en la escuela primaria, he aprendido y conservado la doctrina del pequeño catecismo: “¿Por qué nos ha creado Dios? Dios nos ha creado para conocerlo, amarlo y servirlo, y para ser feliz con Él durante toda la Eternidad.”

En todas las etapas de mi vida, esta enseñanza siempre me ha habitado. Más tarde, en la Escuela Normal, durante el retiro de promoción de fin de año, el predicador presenta todos los estados de vida en “su mejor”; breve, él expone todas las vocaciones. La vida religiosa me apareció como el camino más directo para alcanzar el fin de la existencia humana. Pero yo no tenía más que 16 años; entonces siguiendo el consejo del director, he ejercido la enseñanza durante algunos años y he amado mi profesión. Era libre, la práctica religiosa permanecía activa, sin embargo nada y nadie podía calmar mi sed la más profunda; un cierto vacío interior persistía.

A los 25 años, las decisiones apremiaban; entonces después de ciertas informaciones tomadas secretamente, mi elección se dirige a una comunidad misionera donde fui admitida en los meses siguientes. Entre tanto, el encuentro con “un joven guapo” no me deja indiferente… Después de esta “tarde encuentro”, entrando en mi apartamento, una voz resuena en lo más profundo de mi corazón: “ESCOGE”. ¡Oh qué dilema! – “Voy a enseñar un año más”. – “UN AÑO SERÁ DEMASIADO TARDE.”

Antes de las vacaciones de verano, me propongo saludar a Madre Juliana del Rosario, la fundadora de las Dominicas Misioneras Adoratrices. Al saber mi elección de entrar en una comunidad misionera, ella me dice: “Nosotras también somos misioneras, vamos a dar a los otros el fruto de nuestra contemplación”. Al mismo tiempo, el aspecto eucarístico y misionero me encanta. Y al regreso a mi casa, solamente este “lema” me regresa al espíritu: “Dar a los otros el fruto de su contemplación.” Sin tardar, reclamo, de la comunidad en cuestión, “mis documentos de admisión”.

A principios de agosto de 1961, hago mi entrada en esta Congregación. Desde los primeros días, discierno una comunidad donde las hermanas son alegres, simples y fraternales tanto que me he sentido “en mi casa”. La adoración, el estudio de la Palabra de Dios, el trabajo, la oración marial, la vida comunitaria, el apostolado, todo respondía a las aspiraciones las más profundas de mi corazón. En el curso de las semanas y los meses siguientes, me sentía más y más libre. Una palabra de san Agustín traducía lo que sentía: “Tu nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.”

¡He ahí! He buscado… he encontrado a JESÚS que se dá por amor en la Eucaristía, he encontrado el CORAZÓN EUCARÍSTICO, he encontrado el TESORO que no se marchita. Y me gusta repetir: Señor, tú eres la única BONDAD, la infinita BELLEZA, la resplandeciente VERDAD de la cual mi alma tiene siempre hambre y sed.

 

Hna. Normande Carrier, o.p., 22 de septiembre de 2016