Hermana Julieta Généreux

Cuando he subido la cuesta que conduce al convento de Beauport para hacer mi entrada en las Dominicas Misioneras Adoratrices en agosto 1964, no conocía la espiritualidad de esta comunidad. Quería ser misionera. ¡Eso es ! ¡Fue una broma del Señor! El me ha conducido hasta Beauport, y enseguida he descubierto poco a poco el tesoro. ¡Qué pedagogía!

He nacido en 1945 de padres cristianos en el pequeño pueblo franco-albertino de San Pablo. La mayor de una familia de siete hijos, tres hermanos y tres hermanas, he comenzado muy joven a aprender el compartir, el don de sí a ejemplo de mis padres. Pronto comprometida en los movimientos de jóvenes, he continuado este aprendizaje y es a través de todo ello que he visto nacer en mí el deseo de ser misionera un día. Este deseo ha sido alimentado en varias ocasiones por el paso de comunidades religiosas misioneras que venían a la escuela y nos hablaban de países de misión lejanos donde los retos eran múltiples así como también los viajes peligrosos y los insectos exóticos. Quería ser misionera un día para relevar estos retos, pero también para hacer conocer a Jesús que había aprendido a amar en el calor del hogar familiar, en la escuela y en los movimientos de jóvenes.

La formación dominica misionera adoratriz comenzaba.

Los años pasaron. Mi primera experiencia misionera como DMA fue con los autóctonos en Alberta, mi provincia natal. Reconozco allí el Amor y el humor de Dios. Era profesa de votos temporales. Mi comunidad me ha permitido en ese momento de emprender una formación profesional; durante dos años, he vivido alejada de mi comunidad religiosa viviendo en residencia en una escuela de enfermeras en Edmonton, Alberta. Lo que me motivaba durante esos años era de obtener las competencias en cuidados de los enfermos para ser misionera. He trabajado sobre todo con los autóctonos, alternando trabajo en pastoral y cuidados de enfermos durante 28 años.

En 1997, fui llamada a la casa matriz de Beauport para servir mi comunidad en la administración. Fue para mí un nuevo camino para profundizar el sentido escondido de la misión. Poco importa el lugar donde estoy y la tarea que me es confiada, pues lo creo, unida a la ofrenda de Cristo en la Eucaristía estoy en todo instante en misión y puedo, con El, llevar los sufrimientos y las esperanzas del mundo entero sedientos de salvación. Es lo que me hace vivir y me da una alegría profunda hoy.

Doy gracias al Señor por el don que nos ha hecho de Madre Juliana del Rosario, nuestra fundadora. Ella nos ha formado con su enseñanza, pero sobre todo con el ejemplo de su vida, al misterio de la acción de la Eucaristía en el mundo, y ello es misión.

La aventura continúa…

 

Hna. Julieta Généreux, o.p., 2011